Siguió avanzando sin rumbo fijo: no iba a ninguna parte. No le esperaba nadie. El cielo era una aglomeración de rayos de sol que van muriendo lentamente en el horizonte. Los atardeceres de verano tenían para él algo hipnótico. Eran el mejor momento del día para pasear, sin duda, llevado por la melancolía de quien tuvo en su mano la felicidad misma y no supo aprovechar absolutamente nada de lo que la vida le había regalado.
Se cruzó con varias personas, sin levantar la mirada de la acera que tenía bajos sus pies. Eso era, no obstante, algo inherente en él. Sentía una verguenza terrible si alguien decidía clavar su mirada en la de él. Por pudor o por inmadurez, nunca devolvía las miradas de quien fijaba sus ojos en él. Hubo una época que él... que fue capaz de devolver las miradas. Y lo hacía de tal manera, con tanto ansia, que parecía querer compensar los años sin gozar de las pupilas de nadie. Disfrutaba del brillo que algún gen caprichoso había dejado en esos 2 pedacitos de mar, que ella tenía por ojos. Él podía cerrar los suyos y recrearlos siempre que quisiera, pero eso suponía entrar en el tobogan de autodestrucción que se había jurado que no volvería a tomar.
La noche fue engullendo aquellos rayos de sol, como la muerte consume la vida y quiso rodear un parque cercano, tan lleno de vida y frescor, que daban ganas de adentrarse para no volver jamás. Esos momentos los dedicó a repasar mentalmente las tareas del día ya pasado. Había cumplido su cometido como ciudadano ejemplar. Era correcto y educado para con sus vecinos, trabajador en su jornada laboral y atento y considerado con su familia. Así le habían educado. Una persona que cumpliría su función en la sociedad, sin destacar, sin montar escándalos. Sería un soldadito más, al servicio de los engranajes de sistema.
Cuando comprendió que aquel paseo no tenía otro objetivo que evadirse de sí mismo, paró, en seco, como quien olvida algo importante en casa y decide volver sobre sus propios pasos. Tras no más de 20 minutos, giró la llave que daba a paso a su oscuro apartamento. Los mismos fantasmas que había dejado al salir, seguían allí. Silenciosos, observándolo en su lenta agonía diaria. Tuvo la misma sensación que le embargaba siempre al llegar a casa: "huyo de mi pasado, de mis recuerdos, de mi, de ti, de nuestra vida en común". Nunca volvió a mencionar su nombre. Ello le hacía retroceder 1 año en el tiempo, hasta el mismo día, en que henchido de orgullo y de estupidez, creyó que su vida sería mejor si esos dos pedacitos de mar, que ella tenía por ojos.
muy bonito si señor, la segunda parte, las dos islas rodeadas de esos pedacitos de mar.
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