Lo bueno de la soledad, es que a uno elige cómo gastar su tiempo. Si un domingo te levantas temprano, porque la noche anterior has tenido un plan CC (cine y caña), puedes ponerte el casco y tras un par de patadas a la palanca de arranque de la cafetera (apodo con el que se conoce cariñosamente a las motos monocilíndricas de 4 tiempos), ponerte en ruta.
El trayecto es pequeño, de 30 kms y por carreteras secundarias, que es donde mi vieja XT 350 disfruta de verdad. Al acercarse al castillo, tras recorrer unos cientos de metros por un camino de condiciones aceptables, uno no puede dejar de pensar en lo dura que tenían que ser las condiciones de vidas de sus habitantes originales. Hoy en día nadie habita estos castillos medievales, pero si tienen suerte, algún ayuntamiento se apiada de ellos y los restaura con más imaginación que presupuesto. Este es el caso. Lo está haciendo una escuela de taller poco a poco. Tienen un arduo trabajo por delante...
Las vistas que uno tiene al llegar allí son de película. La Mancha no es una planicie vacía y yerma, sino que se salpica a su antojo de pequeñas formaciones rocosas, aprovechadas al máximo por los agricultores para que la tierra mane el preciado petróleo que tiene a bien darnos todos los años. Precisamente ésta es la época en la cual, se extrae ese oro líquido. Nosotros lo llamamos aceite de oliva.
Según reza un cartel justo a la entrada del castillo, tuvo varios moradores a lo largo de lo siglos. Lo últimos, que se tenga constancia, fueron las tropas republicanas en su afán de defender el estado de derecho (ese que ahora está tan de moda), que las tropas franquistas decidieron tomar por la fuerza.
Ahora reina el silencio, sólo un continuo e incómodo viento, que deja la piel helada es capaz de subir ahí arriba para sacarte de tu silencio. No comparto con nadie mis pensamientos. Nadie los va a escuchar. No voy a valorar lo impresionante de la roca sobre la que se asienta la contrucción. No merece la pena. Mis palabras se las llevará el viento. Total, ni son tan especiales ni tan profundas.
Ahora toca volver a casa. Bajo a por la moto, que ahora arranca con más alegría. Me abrocho el casco, me enfundo mis guantes y me ajusto bien la chaqueta para que el gélido invierno manchego no me hiele los huesos. Me espera el retorno a casa, para dejar a mi Rocinante en su garaje y colgar mi disfraz de Quijote en el armario. Soy (me creo) la versión moderna del tan conocido personaje de Miguel de Cervantes. Los gigantes que veía el hidalgo caballero están dentro de mi. No hace falta que un orondo Sancho Panza me avise de que son imaginaciones mías. Demasiado bien lo se. No hay nada peor en esta vida que estar más cerca de la locura que de la cordura y ser plenamente consciente de ello.
Si queréis más información del castillo, aquí y aquí podéis obtenerla.
Las vistas que uno tiene al llegar allí son de película. La Mancha no es una planicie vacía y yerma, sino que se salpica a su antojo de pequeñas formaciones rocosas, aprovechadas al máximo por los agricultores para que la tierra mane el preciado petróleo que tiene a bien darnos todos los años. Precisamente ésta es la época en la cual, se extrae ese oro líquido. Nosotros lo llamamos aceite de oliva.
Según reza un cartel justo a la entrada del castillo, tuvo varios moradores a lo largo de lo siglos. Lo últimos, que se tenga constancia, fueron las tropas republicanas en su afán de defender el estado de derecho (ese que ahora está tan de moda), que las tropas franquistas decidieron tomar por la fuerza.
Ahora reina el silencio, sólo un continuo e incómodo viento, que deja la piel helada es capaz de subir ahí arriba para sacarte de tu silencio. No comparto con nadie mis pensamientos. Nadie los va a escuchar. No voy a valorar lo impresionante de la roca sobre la que se asienta la contrucción. No merece la pena. Mis palabras se las llevará el viento. Total, ni son tan especiales ni tan profundas.
Ahora toca volver a casa. Bajo a por la moto, que ahora arranca con más alegría. Me abrocho el casco, me enfundo mis guantes y me ajusto bien la chaqueta para que el gélido invierno manchego no me hiele los huesos. Me espera el retorno a casa, para dejar a mi Rocinante en su garaje y colgar mi disfraz de Quijote en el armario. Soy (me creo) la versión moderna del tan conocido personaje de Miguel de Cervantes. Los gigantes que veía el hidalgo caballero están dentro de mi. No hace falta que un orondo Sancho Panza me avise de que son imaginaciones mías. Demasiado bien lo se. No hay nada peor en esta vida que estar más cerca de la locura que de la cordura y ser plenamente consciente de ello.
Si queréis más información del castillo, aquí y aquí podéis obtenerla.
Muy interesante, de vez el cuando hay que desintoxicarse de la cuidad y a más de uno nos vendría bien una escapada de este tipo!
ResponderEliminarLeyendo esto me dan ganas de comprarme una moto y hacerme estas rutas que cuentas señor don quijote. ¡Y la ultima frase me ha encantado!
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